San Juan y San Pedro son las fiesta de Llión por antonomasia.
No hace demasiado tiempo las calles estaban llenas de gente, de actividades, de vida.
No hace demasiado tiempo las noches estaban llenas de conciertos, de fuegos artificiales, de vida.
Hoy no.
Hoy hemos pasado a tener unos días donde se trabaja menos, donde hay congregaciones de peregrinos, bandas de charangas, despedidas de solteros y poco más que lejos de parecer una fiesta parece un carnaval de ciudad de tercera división.
Esa es la triste realidad hacia la que están condenando a León. No somos una ciudad cabecera de desarrollo tecnológico. No somos una ciudad cabecera de unas regiones ganaderas o agricultoras tecnificadas con buenos ratios de ingresos por inversión.
Somos una ciudad condenada a ser un pequeño centro de servicios y el basurero turístico, por llamarlo de alguna forma, del tipo de turismo que nadie quiere y que encima nos venden como nuestro futuro.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
En Europa Occidental no hay casualidades. Con un estado en el que lo público lo dirige todo, los impuestos ahogan el emprendimiento y las subvenciones públicas dirigen las inversiones y generan desequilibrios en el mercado premiando al mediocre las cartas están echadas.
Aquellas ciudades, aquellos territorios que disponen de autonomía política y capacidad de autogobierno pueden enfocar esas riadas de dinero sustraído a los particulares en forma de impuestos hacia inversiones reales que generen actividad laboral.
Aquellos territorios, como el País Leonés, que son subsidiarios, que se han convertido en colonias internas, que no tienen capacidad de decidir son condenados a servir de bar de los demás y sus recursos son esquilmados en base a licencias para explotación del territorio que siempre se dan a amigo de fuera.
El diagnóstico es claro, y los porqués también. Y vamos, nuevamente a analizarlo.
Los pesebreros que por un plato de lentejas venden a su abuela y acuchillan a su madre
Hay numerosos calificativos para este colectivo, pero pesebrero puede ir bien. Puede definirse al pesebrero como aquel leonés al que el amo, generalmente pucelano, generalmente leonés al servicio de pucela, da un poco de hierba a cambio de lealtad absoluta para trabajar en proyecto que en nada benefician a León y en mucho le perjudican.
A veces son tan miserables que ni siquiera reciben ese poco de hierba y simplemente se conforman con no recibir patadas en el culo cuando pastan cardos por el monte.
Este tipo de gente es inmune al trabajo que hacen, y lo mismo le da llevar la excavadora que destruye las casas de Riaño que embargar el piso a una anciana o poner carteles de la Junta que poner agujas en acupuntura o ser el cuida las sombrillas en Valencia o el servicio en hoteles en madrid barajas cerca del aeropuerto.
Lamentablemente no han emigrado y se han quedado aquí gracias a que su capacidad de hacer genflexiones y arrastrase supera a la de cualquier animalucho que podamos imaginar.
Si les mandaran hacer pequeños cristales de las vidrieras de la catedral o derribar las murallas lo harían sin problema y se ofenderían terriblemente si alguien les llamara vendidos, traidores o sinvergüenzas. Pondrían mil excusas del tipo “a mí me mandan”, “yo hago lo que me dicen” o “de algo hay que vivir”, como quien compra coches de segunda mano en Galicia o Asturias creyendo que son mejores que en León sin ni siquiera revisarlos.
Su aprecio por León suele rayar el cero pero no dudan en enfundarse en bufandas rojas y amarillas cuando su equipo de fútbol juega alguna competición y tachan de radical a cualquiera que ose criticar al sistema.
No dudarán en ir a actos de cualquier partido político que crean que pueda ganar y pese a haberse identificado claramente como leonesistas en un pasado para ellos no tan remoto como querrían ahora achacan esa época de su vida a un mal de juventud o a gente muy mala que les comió la cabeza, llevando su indignidad a considerarse tan tontos como para poder encuadrar las filas de los descerebrados.
Este tipo de gentucilla fue capaz de vender a su ideología por un despacho más grande para ellos solos, por una subida de categoría en las fincas del amo, por un puestecillo prorrogado unos años más, o simplemente porque nadie mire en la ratonera en la que trabajan y le pidan pasar una prueba de selección.
Entre toda esa ralea alguno de ellos, en un descuido o para poder dormir algo más por la noche y evitar ser presa de remordimientos agudos, de vez en cuando hasta pondrá un tuit, un mensaje en facebook, un nombre o apodo que suene a leonés o un comentario en algún sitio en el que mínima y torpemente pueda dar a entender que él solo es un poco traidor, pero no del todo.
Los cipayos que se venden, alquilan u ofrecen
Los cipayos eran un pueblo hindú que se puso al servicio del invasor inglés para oprimir a la población local.
En ese sentido, en nuestra capital, provincia y país tenemos la desgracia de contar con esta recua de gentuza que no tiene ningún tipo de escrúpulo en atacar lo propio con tal de recibir la palmada en la espalda del amo, sea pucelano, asturiano, gallego o madrileño principalmente.
Esta tropa negará que León es un pueblo, que tiene una identidad propia, una lengua propia y una cultura propia con tal pasión que sus palabras superarán a las de los enemigos de León con creces. Normalmente son conversos y anteriormente profesaban otras fés, proviniendo no pocos del leonesismo, y suelen pasar de extremo a extremo con profusión y te hablarán de legalidad, constitución o que no hay manera de cambiar las cosas.
Quienes antes eran tremendamente anticastellanos ahora llevan chándales con el escudo autonómico.
Quienes antes defendían la lengua leonesa ahora no tienen empacho en asturianizarla o decir que es de paletos.
Quienes antes se alegraban del triunfo de los independentistas en las elecciones de un pueblo perdido de Campuchea ahora llevan pulseras rojas y amarillas y te llamarán de todo a ti, si tú, leonesista, has mantenido tu ideología porque representas la imagen viva de que todos ellos son unos traidores.
El complejo de Estocolmo y el complejo de Tristón
En ciertos casos, ante un secuestro traumático, hay un síndrome en el que el secuestrado llega a pensar que merecía su secuestro y que el secuestrador en el fondo no es mala gente.
Este síndrome se ha detectado en ex-leonesistas que visto que el tema no iba bien, que ser leonesista era sinónimo de ser cosido a palos por el poder pucelano y que ellos, los que atacan a León, son fuertes y tienen medios para imponer su fuerza igual no era tan buena idea ser y declararse como leonesista.
El poder antileonés lo sabe, la junta lo sabe, los castellanistas lo saben, los asturianistas lo saben y los galleguistas lo saben y no tardan ni dos minutos en aplicarlo apra dinamitar al leonesismo y paralizarlo.
En un país en el que la gente no quiere problemas y prefiere esconderse, aquellos leonesistas perseguidos por su condición de tales se dividen en tres.
- Los que “aprenden la lección”, no vuelven a abrir la boca y o bien se quedan en casa o bien se convierten de la noche a la mañana en uno de los dos grupos de arriba.
- Los que sufren el Síndrome de Estocolmo y empiezan a pensar que ser castellanoleonés no es algo tan malo, que por asturianizar la lengua leonesa no pasa nada y que si los gallegos quieren llevarse el Bierzo que bueno, que qué le vamos a hacer, que en el fondo están al lado.
- Los que resisten, sabiendo que hay una cosa que se llama dignidad y que defender a nuestro pueblo, a nuestra lengua y a nuestros derechos es un honor y un orgullo que no se vende por nada ni por nadie.
Como de los primeros ya nos ocupamos, vamos ahora a hablar de los del Síndrome de Estocolmo.
Y es que este tipo de pobreshombres, no por ello indicativo de ausencia de avaricia o de oportunismo, suelen necesitar un amo al que hacer la pelota.
Cuando las cosas iban bien en el leonesismo bailaban alrededor de las bondades de que León tuviera autogobierno, tuviera derecho a decidir su futuro y la lengua leonesa se pudiera estudiar y hablar.
Cuando las cosas no fueron bien huyeron a sus madrigueras.
Cuando volvieron a ir bien despertaron de su letargo identitario volviendo a empujones a buscar un sitio en el que se les viera para recibir su galleta.
Y cuando las cosas volvieron a ir mal volvieron a esconderse.
El problema es que, después de un cierto tiempo de espera, las cosas parece que no pintan oros en el leonesismo, y cual tristón necesita un amiguito ellos, ansiosos de la galleta que les dé su amo, no dudan en ofrecerse a quienes les molieron a palos por ser leonesistas.
Sí, esa falta de autoestima, de valores y de dignidad les hace pensar que quien persigue al leonesismo y a al leonesista no es tan malo, y que si les persiguieron a ellos por leonesistas lo hicieron porque tenían razones para ser antileonesistas.
Esto, perfectamente estudiable en psicología, propio de mentes pueriles y de cocientes intelectuales básicos que no han destacado en los estudios es algo que los leonesistas de verdad hemos de conocer.
La clave, como siempre, está en esos patriotas leoneses que resisten.
En quienes cuando alguien nos llama castellanos saltan inmeditamente a decir que no, que somos leoneses y que no nos vendemos.
Entre quienes cuando escuchan que nuestra lengua y el asturiano es lo mismo saltan inmediatamente a decir que no, que nuestra lengua es la lengua leonesa y aquí no decimos les vaques y les cases.
Entre quienes cuando escuchan decir que El Bierzo es gallego saltan inmediatamente a decir que no, que El Bierzo, Sanabria o las Arribes son tan leonesas como León capital.
La clave está en quienes no se venden, no se alquilan, no se regalan y denuncian y critican públicamente a todos los apesebrados, cipayos, vendidos y traidores que no dudan en cambiarse de camisa pisando la historia, la cultura, la lengua y la identidad de nuestro pueblo.